1609-2009 CUATRO SIGLOS DESDE LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS
Pedro J. García Cazorla/Identidad Andaluza
Este año que acaba de nacer se cumplirán cuatro siglos de la expulsión de los moriscos, durante el reinado de Felipe III y por mandato real de 22 de Septiembre de 1609, más de medio millón de personas tuvieron que abandonar su tierra.
Si hay un capítulo de nuestra historia donde la realidad ha estado intoxicada, sometida a una sucesión de venganzas, mentiras y medias verdades, ha sido la expulsión de los moriscos. Considerados como unos descendientes de los invasores de la península, con el objetivo de justificar su expulsión y no como unos pobladores más de la península ibérica, sobre los que recaía la singularidad de unas creencias y una fe distinta a la que proclamó su victoria tras la conquista del Reino de Granada.
La historia oficial contada por los vencedores y que ha formado parte de nuestro acervo e imaginario colectivo como pueblo o como nación, tomó dos rumbos fatídicos; uno que se remontaría al año 711, fecha de una pretendida invasión desde la orilla de África por un ejército árabe y musulmán, que resulta insostenible a la luz de los novedosos y más rigurosos estudios, ( Emilio González Ferrín, Ignacio Olagüe…) que han acreditado desde el rigor y no la leyenda, como hasta ahora se venía haciendo, que no hubo tal invasión, sino un proceso de permeabilidad y aceptación de la sociedad hispana, envuelta desde hacía siglos en revueltas y guerras religiosas entre los seguidores del ideario de la Iglesia Romana y Católica, enfrentados con los partidarios de Arriano que disentían de esta línea de pensamiento y asumían una visión unitaria, profética y que mantenía una mayor sintonía y afinidad, con otra corriente espiritual en proceso de expansión por toda la tierra conocida.
La península Ibérica en el año 711 no era un erial, todo lo contrario un territorio poblado, donde existían estructuras de poder bien establecidas desde siglos atrás y que había resistido durante más de doscientos años el ímpetu militar del Imperio Romano. Se hace pues difícil de entender como en unos pocos años las huestes del Islam cruza todo el territorio en una imparable y meteórica conquista, hasta llegar al país de los francos, cuando ni tan siquiera el norte de África estaba islamizado y no había un estado o cualquier estructura similar, que financiara esta presunta epopeya conquistadora o que velara por la retaguardia y asegurase su triunfo.
Por otra parte la pretendida expulsión no se culminó como algunos anhelaba, las crónicas sobre su fracaso y falta de rigor están bien documentadas. El retorno bajo otra identidad de miles de familias moriscas, que vuelven a su lugar de origen, bien merece una mención más extensa a la que este espacio me permite.
Pedro J. García Cazorla/Identidad Andaluza
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